Hace unos meses, por casualidad, leí en el blog de una escritora romántica bastante popular, que estaba contenta de que las portadas de las novelas de este género hubieran evolucionado y ya no fuesen tan horteras como en décadas pasadas, cuando mostraban a la supuesta pareja protagonista ligerita de ropa y en apretado abrazo.
Una opinión que yo no comparto. Reconozco que soy una nostálgica y que me encantan esas imágenes y no solo por su belleza, sino también por su significado.
Tengo claro que, al igual que todas las cosas del mundo (ropa, vehículos, peinados…) esas portadas tenían que evolucionar. Claro. Y lo han hecho, adecuándose a la década correspondiente. Si en los ochenta primaban esas escenas sensuales, a mediados de los noventa llegaron las ilustraciones florales o los héroes sin cabeza en los que solo se mostraba al modelo de cuello para abajo. Posteriormente a principios de este siglo se pusieron de moda las ilustraciones cómicasy las fotos de paisajes con caserón al fondo, para luego regresar nuevamente a la pareja que se abraza (pero esta vez no hay ilustración que valga, suele ser una foto de un banco de imágenes, y para muestra, un botón: véanse las portadas de mis propias novelas).
Sí, la evolución es buena y no podemos quedarnos estancados. Es renovarse o morir, ¿no? Pero de ahí a no reconocer el valor que tuvieron esas carátulas…No, no, no. Cumplieron su función y lo hicieron con bravura y valentía.
(*Nota: reducir el tono, no arengar).
Y a continuación empieza mi opinión personal, que es totalmente subjetiva y parcial, como suelen serlo todas.
Voy a romper una lanza a favor de esas portadas y a hacer un pequeño homenaje a los dos hombres que, a mi entender, fueron los verdaderos protagonistas de esos libros durante las décadas de los ochenta y los noventa. El primero de ellos es el ilustradoritaliano Giuseppe Dangelico, más conocido como Pino Daeni, o simplemente Pino. Y el segundo es (ahora aquí hay que abrir la boca y secarse el sudor de la frente) el gran Fabio Lanzoni. Fabio, a secas. El hombre cuyos musculosos pectorales consiguieron que hasta la más aguerrida y fría de las mujeres se derritiera como un trozo de mantequilla al sol (aunque jamás lo admitiese en público). Su imagen decoró durante más de quince años el frontalde gran cantidad de novelas de autoras mundialmente famosas como Johanna Lindsay, ArnetteLamb y Brenda Joyce, entre otras. E incluso tuvo la osadía de posar para las portadas de las tres que él mismo escribió.Sí, Ese es Fabio.
Comencemos con un poco de historia de andar por casa:
Hasta los años setenta, las portadas de la novelas románticas eran modestas y castas, y los modelos de las fotos o ilustraciones que aparecían en ellas estaban completamente vestidos y ni se rozaban (el mejor ejemplo lo tenemos en España en las novelas de Corín Tellado). Fue a mediados de esa década cuando esto comenzó a cambiar poco a poco. Y lo hizo en el instante en que los publicistas de las editoriales se dieron cuenta de que la idea de la pobre damisela en apuros, con poca ropa y rescatada por un héroe fornido y musculoso (casi siempre descamisado, ñam…)vendía. Y vendía mucho. Y surgieron las portadas vulgarmente conocidas como bodiceripper (en español y literal: arranca corpiños. No vale reírse. Bueno, un poco, pero con disimulo). En realidad, el nombre tiene mucha relación con las imágenes que se mostraban, ya que en la mayor parte de ellas aparecía la heroína con la camisola descosida (aquí vendría bien un cabeceo burlón y una elevación de la mirada al techo). Esta evolución fue progresiva hasta llegar a los ochenta y al paroxismo absoluto del deseo sexual ilustrado.
¡Tachán!
Y aquí es donde entranen juego nuestros queridos Fabio y Pino.
Pino era un pintor impresionista, formado en las mejores academias de arte de su país, que, una vez alcanzada la fama en Italia, decidió emigrar a Estados Unidos a finales de los setenta, buscando mayor libertad artística y nuevas oportunidades.Su estilo único (era el maestro supremo en el manejo del cuerpo femenino en la pintura; buscadlo en internet y comprobadlo en persona) pronto llamó la atención de las grandes editoriales como Penguin y Harlequin, que no tardaron en contratarle. En los años que pasó en América ilustró más de tres mil portadas con ese estilo tan peculiar que le caracterizaba, que logró dominar e influenciar a todo el mercado de la romántica. Él fue el descubridor de Fabio y el impulsor de su carrera.
Fabio (suspiro sofocado), modelo italiano de poderoso físico y pelazo (sin ironías, esto es así y todo el mundo lo sabe; efectúese búsqueda en Google),que hasta el año 2016 ostentaba el título de ser el hombre que más veces había aparecido en las portadas de novelas románticas de la historia (en cuatrocientas sesenta y seis novelas… se dice pronto…),se convirtió en la fantasía de millones de mujeres a lo largo y ancho del planeta (me incluyo).
Es debido a estos dos importantes personajes que esas portadas, hoy en día amadas por muchos (yo entre ellos) y denostadas por otros (la autora que mencioné al principio),se convirtieron en una combinación perfecta de obras de arte (gracias a Pino) ypoderosos reclamos sexuales (gracias a Fabio). Y, en mi humilde y sesgada opinión, hay que juzgarlas también de acuerdo con lo que significaron en su día. Fueron revolucionarias y transgresoras, ya que, por primera vez, era el hombre el que era representado como un objeto sexual (Sí. Fabio, el hombre objeto. De nuevo ñam…)
Recordemos que hasta ese momento la gazmoñería había imperado en el género (al menos en su representación visual), así que, si una mujer reconocía abiertamente que leíaese tipo de novela (que ahora mostraba de manera muy gráfica lo que había en su interior)era criticada y ridiculizada.
Imaginemos por un momento que estamos en el año mil novecientos noventa y en una de nuestras librerías favoritas, exactamente a la altura de nuestros ojos (técnica de marketing) encontramos la novela Amable y tirano de Johanna Lindsay (y no hablo de la versión edulcorada de ahora, hablo de la de verdad, con ese Fabio impresionante que quitaba el hipo haciendo de James Malory).
Pueden pasar dos cosas, que miremos a nuestro alrededor para asegurarnos de que nadie nos observa, y llenas de vergüenza la cojamos y nos vayamos corriendo a la caja a pagar, para luego llegar a casa y forrarla con papel de periódico para que nadie sepa lo que estamos leyendo.O, que con toda la osadía del mundo, la cojamos y la pongamos sobre el mostrador con la portada bocarriba, y luego nos vayamos a casa en metro, leyéndola ávidamente mientras el resto de los pasajeros nos mira con cierto menosprecio.
La primera opción era la norma (creedme, yo he pasado por ello). Pero la segunda era la opción de las valientes, de las osadas, de las mujeres con un par… Es por ello que hablo de portadas transgresoras. No por la intencionalidad de las editoriales, sino porque leerlas (abiertamente y en público) se podía considerar como algo audaz y atrevido.
¿Hemos evolucionado mucho en los últimos veinte años? ¿Ha cambiado esto? No. Para nada. Solo ha cambiado el envoltorio. Ahora las portadas son más discretas. No hay cuerpos medio desnudos (en la mayoría), muestran imágenes de ositos, patitos, chicas comiendo manzanas o mujeres mirando por la ventana en actitud reflexiva, pero el interior es el mismo. Contienen la misma cantidad de escenas sexuales explícitas (o no) que antes. Lo único es que ahora, gracias a lo políticamente correcto de su exterior, ya no pasa nada si alguien nos ve leyendo una novela de esas en el metro. Ya no nos ponen la etiqueta de ama-de-casa-insatisfecha-frustrada-sexualmente(al menos no hasta que confesamosque son románticas). Ahora hemos aprendido a ocultar lo que leemos, a disfrazarlo… (ya no hace falta el papel de periódico de casa, ahora ya vienen así de fábrica). Y a veces me pregunto si esas novelas arranca corpiños no eran más honestas, más sinceras…(Esto ya son divagaciones mías que no hay que tener en cuenta. Ignoradlas).
En fin, y hasta aquí llega mi diatriba algo incongruente sobre la defensa de esas portadas preciosas y sensuales que nos robaron el aliento a muchas de nosotras (o a nuestras madres) durante un par de décadas. Os animo a hacer una búsqueda en internet y a empaparos un poco de la gran calidad de las ilustraciones de Pino, y también, ¿por qué no?, a recrearos un rato con el cuerpazo de Fabio (solo vale mirar fotos de los noventa, no actuales, que el pobre no está ya para esos trotes).
Y solo me resta darles las gracias a ambos, a Pino (ya fallecido) y a Fabio (ya retirado) por ese legado que nos han dejado en forma de imágenes.Grazie, signori! Un piacere!
*Este artículo está escrito en clave de humor y no pretende ofender a nadie (aunque quizá lo haya hecho… *Nota: reflexionar sobre ello)